El corto siglo XX

El colapso de la URSS y el Fin de la Guerra Fría


¿Muerte natural o asesinato?
Una aproximación a las explicaciones del
derrumbe de la Unión Soviética
Jorge SABORIDO
Universidad de Buenos Aires-Universidad Nacional de La Pampa

En. Cuadernos de Historia Contemporánea
  
(Entre paréntesis rectos [ ] nota del editor del blog)


1. Introducción
No caben dudas respecto de que la situación económica de la Unión Soviética era
difícil a mediados de la década de 1980. Un revisión de las estadísticas elaboradas
por Angus Maddison para la OCDE corrobora lo que era una percepción generali-
zada de la sociedad y también de las clases dirigentes soviéticas en esa época: entre
1973 y 1985 el PIB creció a un ritmo anual del 1,6% y el PIB por habitante a una
muy modesta tasa del 0,7%1, situación que era mucho más grave si tenemos en
cuenta además que la URSS se vio sensiblemente beneficiada por la subida de los
precios del petróleo que se produjo en ese período, en razón de tratarse de un país
en condiciones de producir y exportar cantidades importantes del “oro negro”.
El impacto de esta situación sobre la realidad social era, sin embargo, limitado:
el accionar de la disidencia constituía objeto de amplio tratamiento en Occidente
pero tenía muy pocas repercusiones en el interior. A su vez, otro tipo de manifesta-
ciones contra el régimen eran casi inexistentes; parecía que la respuesta más gene-
ralizada de la sociedad era una combinación de pasividad con aprovechamiento de
las posibilidades de tomar distancia de manera individual, esto es, participando de
las actividades de todo tipo que se llevaban a cabo en los márgenes del sistema, o
aprovechando sus limitaciones realizando pequeños fraudes –ausencias en el traba-
jo, baja productividad, etc.–. Es cierto, sin embargo, que si en algún momento exis-
tieron –por lo menos en sectores de la dirigencia– expectativas fundadas acerca de
la construcción de un mundo más justo, dando respuesta a las promesas del socia-
lismo, éstas formaban parte del pasado.
A pesar de estas deficiencias, no existió una producción elaborada por expertos
que pronosticaran lo que ocurrió (o algo similar). En un interesante texto de revisión2,
Walter Laqueur afirma que no es cierto que nadie viera venir el desastre, y hace refe-
rencia a tres textos: un ensayo publicado en 1969 por el disidente soviético, Andrei
Amalrik, titulado “Will the Soviet Union Survive Until 1984?”3, una disertación del
demógrafo francés Emmanuel Todd4, que fue conocido en una obra de 1976, y un
libro del periodista Marshall Goldman5 publicado en 1982. De ellos, el texto de
Amalric es el alcanzó mayor divulgación, hasta el punto de ser considerada la obra
más importante publicada por un disidente soviético.
Sin embargo, está muy claro que se trata sin duda de una escasa proporción de
trabajos sin excesiva repercusión, enfrentados a una enorme literatura que desde
diferentes perspectivas llamaba la atención sobre los problemas del régimen pero en
manera alguna anunciaba su desaparición en un futuro más o menos inmediato.
No obstante, lo que pocos expertos pensaron que iba a ocurrir efectivamente se
produjo: a partir de mediados de la década de 1980 el tiempo histórico se aceleró
considerablemente: la instalación de Gorbachov en la cúspide del poder en 1985
implicó la llegada a las altas esferas del Partido Comunista de la Unión Soviética de
una nueva generación de dirigentes, forjada en los años posteriores al régimen de
Stalin, y la puesta en marcha de una serie de reformas cuyas consecuencias fueron
tan vastas y se concretaron en un período tan corto, como para desafiar cualquier
tipo de análisis. Siete años más tarde, la Unión Soviética había desaparecido, las
estructuras económicas basadas en el papel central del Estado se estaban disolvien-
do aceleradamente, y la sociedad se enfrentaba a una conmoción política inédita, en
la que la instauración de un régimen democrático era el objetivo planteado por los
protagonistas, pero la percepción generalizada era que se estaba realizando un tre-
mendo “salto al vacío”.
2. Un intento de clasificación
En principio, y a los efectos de poner un poco de claridad en el tema, podemos cla-
sificar a las explicaciones sobre el derrumbamiento de la Unión Soviética en endóge-
nas y exógenas; Esta división, que por supuesto no reclama patente de originalidad, no
trata en manera alguna de defender argumentos excluyentes que simplifiquen la com-
plejísima realidad histórica, sino simplemente de privilegiar algunos factores a la hora
de realizar el análisis. Las explicaciones endógenas, por supuesto, ponen de relieve
diferentes problemas internos del régimen como factores desencadenantes del proce-
so, en tanto que las exógenas hacen referencia a las circunstancias exteriores como
fuertes impulsoras de lo que ocurrió en el interior de la Unión Soviética.
a. Explicaciones endógenas
De la enorme cantidad de trabajos que han estudiado lo ocurrido en la Unión
Soviética y privilegian lo ocurrido en el interior del régimen creemos que se puede
realizar una gran división de los argumentos en tres grandes líneas: a) los que pue-
den agruparse tras la expresión “el fracaso como destino inexorable” a partir de un
determinado momento; b) los que destacan la existencia de una multiplicidad de fac-
tores que actuaron simultáneamente en una coyuntura determinada; c) los que se
vinculan, de diferentes maneras, con lo que podemos denominar el “factor Gorba-
chov”. Por supuesto, no es preciso insistir en que estas líneas explicativas no están
claramente delimitadas, en ocasiones se solapan, y sólo una pesquisa minuciosa, que
conduzca a la identificación de rasgos comunes y diferencias, permite realizar esta
clasificación.
a) Historia de un fracaso anunciado.
Una de las cuestiones que se presentan a quienes intentan la explicación de las
causas de cualquier proceso es dónde situar el punto de partida. En el caso específi-
co del hundimiento de la Unión Soviética, los ejes de las aportaciones que resumi-
remos en primer término– de tono fuertemente anticomunista– son diferentes; sin
embargo, tienen un denominador común que puede resumirse así: en el régimen
soviético existieron desde el principio problemas profundos que lo hicieron inviable,
hasta el punto de que su colapso fue sólo cuestión de tiempo. Revisaremos un par de
aportes en esta línea.
El historiador norteamericano Martín Malia, uno de los principales representan-
tes de las corrientes conservadoras, en un elaborado ensayo publicado en 19946 ha
argumentado que existió un “fatal flaw” localizado en el núcleo ideológico del régi-
men. Los orígenes del mismo los encontraba en el objetivo utópico de “construir el
socialismo”, haciendo realidad el antiguo sueño de compatibilizar la abundancia en
la producción de riqueza con la igualdad entre los seres humanos.
A diferencia de los modestos objetivos que se planteó el socialismo democrático
occidental, concretados en el Estado del Bienestar, el socialismo de los bolcheviques
apuntaba mucho más lejos: la transformación de la conciencia humana y la aboli-
ción de la propiedad privada, de la explotación y del mercado, en tanto constituían
las principales causas de desigualdad social. Pero estos objetivos eran un sueño de
utópica ingeniería social que fracasó: un socialismo así no ha existido y, afirma
Malia, no existirá jamás. Entonces, la construcción del socialismo soviético se basó
en “a mixture of ideological illusion and raw coercion”7. El resultado, inevitable fue
la dictadura del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), un régimen tota-
litario que se caracterizó por el intento de subordinar el conjunto de la vida humana
al Partido-Estado encargado de la conducción ideológica.
Un sistema con estas características no podía ser transformado en un “socialismo
con rostro humano” sin abandonar el objetivo ideológico de la igualdad y el mono-
polio del partido. La brecha existente entre las elevadas pretensiones morales del
régimen y los medios criminales utilizados para tratar de alcanzarlas, junto a las
falencias que se manifestaron en las décadas de 1970 y 1980 dieron lugar a un sis-
tema básicamente frágil, “a permanent house of cards awaiting its natural fate”8. Las
reformas puestas en práctica por Gorbachov simplemente sirvieron para exponer
todas las debilidades del régimen, destruyendo lo que quedaba de sus fundamentos
ideológicos. El derrumbamiento, entonces, se produjo con una sorprendente ausen-
cia de resistencia.
Si Malia detectó el núcleo de los problemas de la Unión Soviética en la voluntad
de los bolcheviques de concretar una utópica obra de ingeniería social, otros inves-
tigadores han destacado la importancia que tuvo la llamada “cuestión nacional”.
Entre ellos, el aporte más relevante proviene de la historiadora francesa Hélene
Carrere D’Encausse9. El núcleo de su argumentación es el siguiente: a diferencia del
imperio zarista, que se propuso la construcción de un estado-nación, en el que todas
las nacionalidades sojuzgadas iban a ser integradas en los valores imperiales, lo que
conducía a una “rusificación” cultural de las mismas, los bolcheviques triunfantes
en octubre de 1917 se plantearon como objetivo la creación de un “sociological
state”, una nueva forma de estado en el que la desaparición de la explotación socio-
económica y la emergencia de una nueva cultura dominante, la de la clase hasta
ahora dominada, iban a resolver la cuestión nacional. No se trataba de construir un
estado-nación, estructura política característica del capitalismo, sino de la invención
de una nueva estructura nacional “in which nations would join together to form a
new whole: the Soviet community”10.
Sin embargo, la realidad estuvo muy lejos de esas expectativas: la supremacía ejer-
cida por el todopoderoso Estado soviético, herencia en parte del imperio, y la debili-
dad de los líderes de las diferentes repúblicas, contribuyeron a que el delicado equili-
brio que se planteaba entre igualitarismo cultural y control centralizado condujera en
la realidad a la emergencia de un Leviatán. Pero incluso la política brutal de “rusifica-
ción” impuesta por la dictadura de Stalin, no pudo impedir que se verificara, también
en la Unión Soviética, un fenómeno muy característico de los procesos de moderniza-
ción económica: “the experience of developing societies, has shown instead that
modernization brings about a deepening of national sentiment, and far from being a
transitory phenomenon, it bears every sign of enduring over time”11.
Por lo tanto, a pesar de las intenciones y del accionar del estado soviético, el pro-
blema nacional se convirtió en el nudo de las contradicciones en las que se debatía
la Unión Soviética durante los años ochenta: el “pueblo soviético” no llegó a conso-
lidarse, y las aspiraciones nacionales se mantuvieron latentes. Tres cuartos de siglo
después de la caída del imperio zarista, la URSS se encontraba en el mismo dilema
que debió enfrentar aquél: “consciousness of a common destiny, on the one hand,
and national aspirations, on the other”12.
En este proceso se destaca como acontecimiento fundamental la explosión de la
central nuclear de Chernóbil, en territorio de Ucrania, el 26 de abril de 1986, ya que
desnudó las debilidades del sistema soviético: la manipulación de la información por
parte del gobierno, ocultando las dimensiones del desastre13, tuvieron un tremendo
impacto sobre los ciudadanos; a partir de ese momento:
la sociedad soviética, los pueblos que la componen, descubren de golpe que, en la
URSS, poder, progreso, dominio de la tecnología y de la naturaleza no esconden sino
debilidad, retraso, subdesarrollo técnico, destrucción de la naturaleza. De aquí que ya
no crean nada de los que se les ha dicho; los pueblos de la URSS lo rechazan todo y,
principalmente, la imagen que se les ha impuesto de sí mismos, la de un pueblo sovié-
tico. Exigen entonces, y lo hacen en contra del imperio, escoger su destino14.
A partir de ese momento, el renacido sentimiento nacional se convirtió, para
Carrere D’Encausse, en el factor fundamental del derrumbamiento del edificio de la
Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas.
La idea de que el derrumbe soviético en algún momento más o menos lejano se
tornó inevitable –vinculado de acuerdo a los analistas a las cambiantes alternativas
del proceso– puede encontrarse también en algunas interpretaciones provenientes
del marxismo. Así, el conocido sociólogo ruso Boris Kagarlitsky un disidente de
izquierda alineado en las corrientes trotskistas, desplegó en una obra traducida al
castellano15 una serie de argumentos cuyo punto central, para el tema que nos ocupa,
puede resumirse en este párrafo:
De hecho, la naturaleza precipitada de los cambios fue la consecuencia de un pro-
ceso natural (el subrayado es mío. J.S.) de evolución que tuvo lugar a través de los
años en el mismo sistema. Desde comienzos de los 70 se fueron acumulando, gra-
dualmente, en la estructura cambios parciales y se preparó el camino para la crisis que
seguiría. A finales de los 80 estos cambios irrumpieron en escena. Cantidad se con-
virtió en calidad16.
La pregunta a formular sería entonces a partir de qué momento la crisis se tornó
inevitable. La respuesta de Kagarlitsky destaca varios puntos de importancia: por
una parte, el hecho de que el triunfo de Stalin a fines de la década de 1920 implicó
la puesta en marcha de un sistema orientado hacia la obtención de “vertiginosas”
tasas de crecimiento económico; el mismo no tenía nada que ver con el socialismo,
“el ciudadano común existía sólo como un objeto de control”, aunque garantizaba a
los ciudadanos
un cierto grado de seguridad social, ausencia del desempleo, la posibilidad de traba-
jar y la obligación de hacerlo, recibiendo más o menos equitativamente un mínimo de
beneficios socio culturales y obteniendo otros bienes de acuerdo a los resultados de
su trabajo, a los servicios que prestaban a la sociedad, y a su posición social17.
El “éxito” en esta orientación transformó a la Unión Soviética en una potencia y
exigió cambios cualitativos, los que empezaron a desplegarse a partir de la muerte
de Stalin, Mientras el régimen aflojaba sensiblemente en su rigor, optaba por un
nuevo rumbo: la Unión Soviética no sólo se transformó en una gran potencia sino
que quiso consolidar ese logro a través de un crecimiento continuado del consumo.
El programa de Khruschev no sólo prometía la instauración del comunismo para la
década de 1980, sino que presentó a éste como “una sociedad de abundancia consu-
midora”. Ocurrió entonces que “la ideología del consumismo se volvió contra el sis-
tema, el cual era incapaz de cumplir con sus propias promesas”18.
Se inició entonces para Kagarlitsky un período de declinación irreversible, carac-
terizado por la mala performance económica y la corrupción, que a la altura de 1980
se hizo visible para todos, hasta el punto de que dentro de las capas de la administra-
ción surgieron voces pidiendo cambios. Pero ya el régimen no tenía reservas: “el sis-
tema no podía ser reconstituido, su desintegración había comenzado hacía mucho”19.
b) La convergencia coyuntural de un conjunto de circunstancias concretas.
Esta línea explicativa se asienta sobre la idea de que una serie de problemas de dife-
rente orden fueron debilitando a la Unión Soviética desde la muerte de Stalin. Uno de
los análisis más completos, el realizado por Alexander Dallin, enumera una serie de
procesos conectados entre sí20: 1) una pérdida de control político por parte de las auto-
ridades, que produjo serios problemas en el crepúsculo de los estados de democracia
popular; 2) las dimensiones alcanzadas por la corrupción, que determinaron que la
mayor parte de la sociedad soviética participara en múltiples operaciones destinadas a
obtener ciertas mercaderías por fuera de los canales normales; 3) la decreciente impor-
tancia del marxismo-leninismo como ideología, especialmente entre la elite, que mira-
ba con envidia los logros del capitalismo occidental; 4) la emergencia de una nueva
generación de trabajadores urbanos y profesionales, con nuevas expectativas de ascen-
so social y económico; 5) la aparición y desarrollo de una situación de declinación pro-
gresiva y de atraso tecnológico respecto de Occidente; 6) la significación del modelo
occidental basado en la sociedad de consumo y en la defensa de los derechos huma-
nos, punto éste que se inscribe dentro de las explicaciones exógenas.
Dentro del mismo esquema se encuentra el trabajo realizado por David Lane21,
profesor de sociología en la Universidad de Cambridge, quien a partir de lo que
denomina una “aproximación sistémica”, en la que se analizan las sociedades mo-
dernas teniendo cuatro factores –economía, sistemas de gobierno, valores y creen-
cias, y mecanismos de integración social– detecta en la Unión Soviética cinco pro-
blemas de envergadura: 1) la declinación económica; 2) el debilitamiento de la soli-
daridad y el compromiso con el régimen, originado en las modificaciones experi-
mentadas por la estructura social que dieron lugar al surgimiento de nuevas deman-
das que no pudieron ser satisfechas por el Estado; 3) la creciente conflictividad en
la cúspide del poder político, que debilitó a las elites que tradicionalmente lo deten-
taban, en beneficio de las posiciones de las elites contestatarias; 4) el cuestionamien-
to creciente del marxismo-leninismo como sostén ideológico del sistema político y
económico por parte de los dirigentes reformistas, lo que contribuyó al surgimiento
de un “vacío” ideológico; 5) en relación directa con el punto anterior, las relaciones
exteriores se modificaron progresivamente desde una situación de enfrentamiento
con el Occidente capitalista a otra de acercamiento.
Ahora bien, el análisis de estos problemas lo lleva a sostener que los factores
internos crearon el escenario para el colapso pero no fueron su causa directa: “the
last straw that broke the camel’s back”22 fueron las iniciativas políticas realizadas
por Occidente a lo largo de los años ochenta, nuevamente un factor exógeno al que
haremos referencia mas adelante.
c) El “factor” Gorbachov.
Como se está viendo, la obra de Mijail Gorbachov en los seis años en los que
tuvo la responsabilidad de gobernar la Unión Soviética (1985-1991) ocupa un lugar
destacado en las explicaciones del régimen, generando debates sobre varias cuestio-
nes. Haremos referencia a los que consideramos más relevantes.
Tal vez la pregunta clave que se ha formulado en relación con la gestión refor-
mista impulsada por Gorbachov y su grupo puede formularse así, y está directamen-
te vinculada con la afirmación realizada al final del apartado anterior: ¿fueron los
problemas existentes en el régimen los que precipitaron los cambios radicales, o fue-
ron éstos los que agravaron la situación y precipitaron la desestabilización? Una
sugerente obra de Stephen Kotkin, profesor de la Universidad de Princeton23, da una
respuesta convincente:
Soviet society was fully employed and the regimen stable. The country has low
foreign debt and excellent credit rating. It suffered no serious civil disorders until it
began to reform and even then retained the loyalty of its shrinking but still formida-
ble Armed Forces, Ministry of Interior and KGB24.
Evidentemente, la Unión Soviética se estaba rezagando pero parece perfectamen-
te plausible sostener que era posible un retroceso relativo sin que se produjera el
desastre iniciado por la perestroika.
La aceptación generalizada de esta argumentación conduce inevitablemente a
analizar la figura y la gestión de quien impulsó las transformaciones. En este terre-
no, uno de los principales planteos que se han realizado remite a la cuestión referen-
te a cómo una persona de las inclinaciones reformistas de Gorbachov pudo llegar
hasta la cima del poder; resumiéndolo en una pregunta: ¿Fue el nuevo líder un acci-
dente en la historia de la Unión Soviética? En este terreno es preciso afirmar que
dentro del Partido Comunista existió siempre una tradición reformista, que veía
posible compatibilizar leninismo y democracia, el plan y el mercado. Este comunis-
mo “suave” se inspiraba en la Nueva Política Económica, que tenía a Lenin como su
impulsor y a Bujarin como su principal teórico25, y en los esfuerzos desestaliniza-
dores de la época de Khruschev. La generación de dirigentes que se forjó durante los
años 50 y 60, y de la cual Gorbachov era miembro, conformó un grupo de profesio-
nales en condiciones de constituirse en la base partidaria dispuesta a elaborar e
impulsar un proyecto reformista. Por lo tanto, si la subida al poder de Gorbachov fue
en alguna medida sorprendente, no fue sin duda una casualidad. Por lo demás, cabría
agregar que era también un emergente de los cambios sociales que había experimen-
tado la Unión Soviética desde los años 60.
Ahora bien, la evolución de Gorbachov desde un modesto papel de reformador
en los comienzos, al impulsor de transformaciones definitivas en el régimen sovié-
tico, es objeto de polémicos análisis. Para algunos, Gorbachov tenía intenciones de
reforma radical desde un principio –entendiendo por “reforma radical” en este con-
texto la puesta en marcha de una transición hacia el capitalismo y hacia el estable-
cimiento de un régimen democrático– pero las ocultó hasta que las condiciones polí-
ticas fueran favorables y le permitieran llevar adelante sus planes26. Esta mirada es
asimilable a las explicaciones de tipo “intencionalista”, utilizadas con frecuencia en
el análisis del fenómeno nazi: el objetivo estaba determinado desde un principio –la
matanza masiva de judíos en un caso, el establecimiento de una economía de mer-
cado en otro-, pero los avatares de la coyuntura podían demorar o incluso producir
modificaciones en el proceso27.
Otros en cambio argumentan que lo más que puede decirse del grupo reformista
es que tenían una cierta idea del camino que tenían intenciones de recorrer pero per-
dieron totalmente la brújula a medida que las dificultades se incrementaban28.
En esta línea, un análisis tremendamente negativo respecto de las actitudes de
Gorbachov y de la elite que lo acompañó en el gobierno es la que realiza el investiga-
dor polaco Wista Suraska29. Su obra parte de una tesis fuerte, expuesta ya en el
Prólogo: “were it not for Gorbachev and his perestroika, the Soviet Union would still
be in a formidable international position, perhaps even with the Warsaw Pact intact”30.
Lejos de vincular al líder de la perestroika con la tradición reformista existente dentro
del PCUS, lo define como integrante principal de la primera generación de dirigentes
educados en la sociedad estalinista, y los rasgos que les atribuye –ruptura respecto de
los códigos morales del pasado, temprana entrada en la vida política, aislamiento res-
pecto de lo que ocurría fuera del aparato político, influencia de las ideas del posmo-
dernismo31–, sumados a sus características personales –el hecho de ser un actor capaz
de “convencer a cualquiera de cualquier cosa”, su carencia de ideas firmes– fueron fac-
tores decisivos en el rumbo que se tomó desde su ascenso hasta el derrumbe final.
La dinámica del colapso se revisa desde tres perspectivas: 1) la desintegración
horizontal, caracterizada por las tensiones emergentes del desarrollo de los naciona-
lismos periféricos opuestos al poder de Moscú; 2) la desintegración vertical, ocasio-
nada por el enfrentamiento entre la KGB y las fuerzas armadas; 3) la dimensión
internacional, que se manifestó en el proceso de derrumbamiento de Europa del este
y, sobre todo, en la unificación alemana.
El análisis que Witaska realiza de estos tres factores aspira a probar la responsa-
bilidad que le corresponde a Gorbachov, en la medida en que, a partir de objetivos
que apuntaban a reforzar los controles centrales sobre la política y la economía,
adoptó una serie de medidas cuyo resultado fue desencadenar y agravar el proceso
global de desintegración de la URSS.
Partiendo del reconocimiento de la voluntad reformista de Gorbachov, de ha for-
mulado una de las preguntas más interesantes sobre el tema: a la vista de lo ocurri-
do en China, donde las reformas económicas tuvieron lugar manteniéndose un
férreo control político sobre la población, ¿no fue un serio error impulsar de mane-
ra simultánea las reformas económicas y la democratización del régimen (perestroi-
ka + glasnost)?32.
Finalmente, están quienes sostienen que la perestroika fue la “utopía póstuma del
comunismo”33; en palabras del ya citado Kotkin:
Above all, one needed to know that the October revolution was accompanied by deeply
felt ideals, which endured all the nightmares, and that a quest to recapture those ideals
would not arise from within the system but, given the above-mentioned institutional
arrangements, destroy it34.
Es decir, desde esta última perspectiva, sostenida por muchos estudiosos, los
intentos de Gorbachov de reformar el régimen soviético probaron que el mismo, tal
como se había conformado, era irreformable; funcionaba de acuerdo a su propia
lógica, por lo que cualquier intento por modificarlo estaba condenado al fracaso, y
eso fue lo que ocurrió.
La postura de crítica a Gorbachov, tiene su expresión más rotunda en el ex-disi-
dente ruso Alexandr Zinoviev, quién en una obra de alguna trascendencia35 afirmó
que si bien
en los años de Brezhnev se fueron acumulando los presupuestos de una crisis (...), pero
si ésta se hizo realidad fue por la llegada al poder de Gorbachov y el inicio de la peres-
troika. Fue la dirección gorbachoviana la que desató la crisis y le dio el impulso nece-
sario. Con su política, Gorbachov ‘pulsó el botón’ y la bomba de la crisis estalló36.
Ahora bien, su razonamiento respecto del derrumbe no se cierra aquí: entroncando
con las explicaciones exógenas a las que haremos referencia más abajo, afirma que si
bien la crisis tuvo causas estrictamente soviéticas, “el papel decisivo lo tuvieron unas
causas de origen exterior: la Unión Soviética y Rusia fueron derrotadas en una lucha
encarnizada contra las fuerzas superiores de un enemigo exterior llamado Occidente”37.
b. Explicaciones exógenas
La idea de que la Unión Soviética fue destruida como consecuencia de factores
que se desplegaron fuera de sus fronteras ha sido objeto de atención en el ámbito
académico, más allá de que también formó parte del arsenal de muchos defensores
del régimen, dispuestos a encontrar justificaciones para un proceso que muy poco
tiempo antes parecía imposible de producirse.
Una clasificación de estas explicaciones es la que se realiza entre quienes atribu-
yen el derrumbamiento de la Unión Soviética a las transformaciones experimenta-
das por el capitalismo en las últimas décadas del siglo XX, y los que argumentan
que el mismo fue generado por el accionar de su principal enemigo en la Guerra
Fría.
a) El derrumbamiento y la globalización.
Una de las explicaciones exógenas más elaboradas es la de David Lockwood,
profesor de la Flinders University de Australia del Sur. Enrolado en las corrientes del
materialismo histórico, su principal obra sobre el tema se titula “The Destruction of
the Soviet Union. A Study in Globalization”38.
Su argumentación puede sintetizarse así: el Estado debe ser incluido dentro de
las denominadas “relaciones de producción”, junto con el capital mismo. La relación
“Estado” surgió antes que el capitalismo contribuyendo de manera decisiva a su
emergencia y expansión. Durante un largo período, el Estado y el capital mantuvie-
ron una relación de mutua conveniencia, hasta el punto de que el desarrollo del capi-
talismo fue sinónimo de la consolidación del Estado nacional.
Sin embargo, el surgimiento de la “globalización” –definida como un sistema de
producción mundial– ha planteado la necesidad de cambios profundos que incluyen
el debilitamiento (hasta la desaparición) del Estado nacional. Sin duda, no se trata
de un proceso de fácil concreción: el Estado se convierte en un obstáculo para el des-
arrollo de las fuerzas productivas, pero cuanto más importante es su papel económi-
co mayor es su resistencia.
Según Lockwood, el Estado soviético se conformó como una forma distorsiona-
da de capitalismo que denomina “estatismo”. La globalización como proceso de
desarrollo de las fuerzas productivas justamente requería la destrucción del estatis-
mo, y esto es lo que ocurrió.
¿Cómo y por qué se produjo el proceso? ¿Por qué quienes conducían el régimen
soviético se vieron obligados a iniciar reformas? La respuesta es que la consolida-
ción del sistema soviético tornaba imprescindible la continua ampliación de los
recursos militares, lo que implicaba participar de las principales corrientes del
comercio mundial y, eventualmente, aceptar un lugar en el proceso de división glo-
bal del trabajo.
Y entrar en el mercado mundial, aunque fuera de manera parcial, requería una
descentralización de la economía; sin embargo, tal descentralización conllevaba un
debilitamiento del poder del Estado Soviético, y por lo tanto de quienes gobernaban.
La descentralización conducía al retroceso, pero la necesidad de reformas seguía
intacta y los llevaba a insistir a pesar del riesgo:
In the end, the world market did not want the entry of the Soviet economic unit as a
whole (it was to big to digest), nor was it much interested in its productive power (due
its widespread obsolescence). Successful reform could now only mean the break-up
of the Soviet estate into smaller economic components39.
Desplegando aun más su argumentación, el autor afirma que en países como
China o Vietnam el Estado mantiene un importante papel en la economía, pero el
mismo desarrollo de las fuerzas productivas demandado por las prioridades milita-
res han dado lugar a que se den por terminados los intentos de autarquía, acompa-
ñados de una reorientación de la economía hacia el comercio exterior. El triunfo de
la globalización significa que no hay otro camino para esas economías y deben dar
necesariamente pasos en ese sentido para sobrevivir, pero a la vez ese camino con-
duce a un debilitamiento del control del Estado sobre la economía y por tanto a un
debilitamiento del poder del Partido Comunista.
En una línea parecida, aunque con diferencias significativas, se encuentra la
explicación formulada por el notable sociólogo catalán Manuel Castells. En el trata-
miento que hace del tema en su monumental obra “La Era de la Información”40, se
propone demostrar la hipótesis de que “la crisis galopante que sacudió los cimien-
tos de la economía y la sociedad soviéticas a partir de los años setenta fue la expre-
sión de la incapacidad estructural del estatismo y de la variante soviética del indus-
trialismo para asegurar la transición a la sociedad de la información”41.
Su definición de “estatismo” es clara: se trata de “un sistema social organizado
en torno a la apropiación del excedente económico producido en la sociedad por
quienes ostentan el poder en el aparato estatal”42.
La argumentación de Castells pone en primer plano la importancia de la cuestión
de la tecnología como factor aparentemente independiente, que con su propia diná-
mica innovadora produjo el desplazamiento de la Unión Soviética de la posición
hegemónica que detentó económicamente en el mundo durante los primeros años de
la posguerra. En un momento histórico que Castells ubica a mediados de la década
de 1970, se empezó a ampliar una brecha, con afirmaciones del tipo de “la revolución
del ordenador personal dejó completamente de lado a la tecnología soviética”43.
La idea central es que la economía de planificación centralizada mostró, en el
momento de aceleración de las transformaciones tecnológicas, su incapacidad de
adaptación a esta nueva realidad. La enorme distancia existente entre la ciencia y la
actividad productiva, la opción por la dependencia tecnológica respecto de
Occidente en los años cruciales de las décadas de 1970 y 1980, y la continuidad de
la represión ideológica y la política de control de la información, fueron factores
fundamentales en el proceso de atraso económico, que forzaron a la dirigencia
soviética, encabezada por Gorbachov, a intentar un nuevo rumbo.
El proceso posterior es muy complejo, y Castells lo analiza en detalle en otro
texto44, entrando en juego una serie de factores como el nacionalismo, las tensiones
dentro del PCUS, y los mismos errores de Gorbachov, que tuvieron importancia para
las características del desenlace final, pero el núcleo de la explicación continúa sien-
do el atraso tecnológico.
b) El papel de Estados Unidos y Europa.
Algunos análisis del derrumbamiento soviético han puesto la mira en la impor-
tancia de la agresiva política desplegada por la gestión del presidente Ronald
Reagan a principios de la década de 1980 como un factor de enorme importancia
para explicar lo ocurrido en las filas del “imperio del mal”. Después de haber adop-
tado en la segunda mitad de la década de 1940 una estrategia de “contención” de
la Unión Soviética, la que fue seguida tanto por las administraciones republicanas
como por las demócratas, cuya gestión se limitaba a planear “como” se desarrolla-
ba la política de contención, con el ex actor al frente del gobierno los planes se
modificaron45.
En una obra que alcanzó cierta repercusión46, Peter Schweizer argumentó respec-
to de la existencia de una “estrategia secreta” elaborada por el equipo que rodeaba a
Reagan, encabezado por el director de la CIA William Casey, destinada a actuar
sobre las debilidades del régimen soviético. La misma tuvo varios aspectos: 1) un
incremento del presupuesto militar a los efectos de provocar la quiebra de la Unión
Soviética; 2) una guerra económica oponiéndose a la venta del petróleo y el gas
soviético a Occidente e impulsando una baja del precio del petróleo –principal fuen-
te de recursos para la URSS– con la colaboración de Arabia Saudita; 3) actuar en el
escenario soviético suministrando asistencia financiera al sindicato Solidaridad en
Polonia y ayuda militar a la resistencia afgana. En este último tema, ha habido espe-
cialistas que llegaron a sostener que “a quick victory in Afghanistan might have
meant that the Communist Party of the Soviet Union traditional apparat would still
be in full command of the USSR”47. Por lo tanto, en estos análisis, la Unión Soviéti-
ca no se autodestruyó, sino que fue vencida.
Algunos dirigentes soviéticos han avalado las explicaciones así orientadas, sos-
teniendo que las políticas norteamericanas aceleraron la declinación del régimen, de
la misma manera que a cualquier observador informado no le cabían dudas que un
gasto militar del orden del 15 al 20 por ciento del PBI –para algunos autores aún
superior– no podía sostenerse demasiado tiempo.
No obstante, quienes se muestran críticos de esta postura afirman que hasta la lle-
gada de Gorbachov la política agresiva desplegada por los “halcones” que rodeaban
a Reagan sólo produjo reacciones de intransigencia en el ámbito soviético, por lo
que fue la actitud del nuevo líder soviético la que condujo al fin de la Guerra Fría y
lo que ello conllevó48.
Respecto de la incidencia de Estados Unidos en el colapso soviético, se ha utiliza-
do otra argumentación a la que ya hemos hecho referencia: Occidente en conjunto
influyó sobre los acontecimientos del mundo socialista no tanto como consecuencia
de presiones directas de los gobiernos sino proveyendo un modelo alternativo exitoso
de organización social. Líderes políticos, ciudadanos formados y turistas que se movi-
lizaron hacia el mundo capitalista tuvieron ocasión de apreciar las diferencias desfa-
vorables que se manifestaban en todos los terrenos, desde la tecnología hasta los nive-
les de vida. Esta comparación, sostienen, contribuyó a erosionar la legitimidad del
régimen soviético a los ojos de la población, forzando a encarar políticas destinadas a
rectificar la situación. Se empezó a pensar en términos de “standards mundiales” cuan-
do en realidad se estaba comparando a la URSS con los “standards occidentales”49.
Habría que llamar la atención sobre un aspecto más de la influencia occidental:
una vez que Gorbachov dio muestras de querer avanzar en el proceso de reformas
orientadas hacia el establecimiento de una economía de mercado, hubo un apoyo
exterior a esas transformaciones a los efectos de asegurar su “éxito”, lo que implica-
ba buscar los métodos para facilitar su rápida integración en el mercado mundial des-
mantelando el Estado intervencionista, y la colaboración en la búsqueda de los cami-
nos adecuados para establecer una democracia basada en los modelos occidentales.
3. Consideraciones finales
The fall of the Soviet Union will preoccupy students of history for a long time. There
is no unanimity even now with regard to the collapse of Rome and other empires, and
the fate of the Soviet Union is bound to be a subject of similar controversy. It will be
interpreted and reinterpreted in the future in the light of changing events. There will
be orthodox and revisionist views as well as post-revisionist schools, dependent to a
large extent on the fate of Russia and the sucessor states in the decades to come50.
Es muy difícil dejar de coincidir con estas palabras de Laqueur; el derrumbe de
la Unión Soviética ha dado lugar a la publicación de una enorme cantidad de mate-
rial, que aparece fuertemente influenciada por un paradigma dominante: el que sos-
tiene que el fracaso de la experiencia soviética muestra la inviabilidad del socialis-
mo como alternativa al capitalismo. Incluso las referencias a la intervención de los
Estados Unidos en el proceso están finalmente penetradas por la idea de que la supe-
rioridad de la principal potencia capitalista le permitía desarrollar con éxito una
estrategia destinada a desequilibrar a su enemigo.
Sin embargo, ese paradigma está asociado a una visión triunfalista de Occidente,
que en las décadas del ochenta y noventa del siglo XX concretó una revolución tecnológica que mostró su capacidad de innovación en una variante que tras varias
décadas de vigencia de un Estado interventor volvía a destacar los valores de corte
netamente liberal.
La evolución posterior del capitalismo ha implicado el retorno de su tendencia a
la inestabilidad, generando inocultables dudas respecto de su capacidad para asegu-
rar un crecimiento sostenido, y sobre todo para producir una redistribución de los
ingresos razonablemente equitativa. No sorprendería entonces que una profundiza-
ción de los problemas del capitalismo en su vertiente “informacional” condujera a
su vez a la revisión de la experiencia soviética, objeto de tan duros ataques en la
actualidad. El capitalismo globalizado, además, parece mostrarse incapaz de estre-
char las distancias que separan a los países ricos de los pobres.
Lo dicho no significa sostener que pueda ser objeto de una valorización positiva
el carácter represivo del régimen o el “terror” implementado por Stalin, pero eviden-
temente existen factores económicos y sociales que deben ser tenidos en cuenta.
Invirtiendo la ya muy conocida frase del historiador norteamericano Richard Pipes,
creemos que el socialismo fue una idea que salió mal, no una mala idea.
En cuanto al conjunto de explicaciones que hemos revisado, podemos avanzar en
algunas afirmaciones que creemos importantes aunque, por supuesto, sujetas a revi-
sión:
1) Hay un consenso unánime respecto a que por lo menos desde los años seten-
ta la Unión Soviética estaba experimentando una visible declinación en todos
los terrenos, siendo el ámbito económico aquél en que se manifestaba de
forma más visible; sin embargo, ese consenso se rompe cuando se discute
cuándo dio comienzo el proceso y por qué;
2) Esos problemas, con toda su seriedad, en manera alguna explican el acelera-
do derrumbe, ni tampoco generaron tensiones sociales significativas;
3) La política implementada por Gorbachov a partir de su ascenso al poder en
1985, apuntaba inicialmente a recuperar algunos de los principios del socia-
lismo, por lo menos en lo que parece haber sido la postura de Lenin en la últi-
ma etapa de su vida y la de quienes, como Bujarin, imaginaban la posibilidad
de pensar el socialismo de manera diferente;
4) El fracaso o la deficiente aplicación de las medidas reformistas condujo a que,
por una parte, ganaran fuerza las posiciones más radicales en el sentido de
impulsar un tránsito acelerado hacia una economía de mercado, y por otra a
que las fuerzas defensoras del statu quo estuvieran en condiciones de reaccio-
nar intentando bloquear el proceso reformista; esta polarización en los más
altos niveles del partido fue un factor adicional de perturbación;
5) La movilización de la sociedad se produjo como consecuencia de la liberaliza-
ción que puso en marcha Gorbachov; en manera alguna fue la impulsora de las
transformaciones. Los grupos disidentes existentes dentro de la sociedad sovié-
tica no fueron actores importantes durante el proceso de derrumbamiento;
6) Las dificultades y tensiones que se presentaron en el gobierno activaron las
reacciones nacionalistas en varias repúblicas, las que en algunos casos poten-
ciaron situaciones de rebeldía ya existentes y en otros constituyeron el refu-
gio de quienes fueron tomando conciencia del vacío de poder que se estaba
produciendo;
7) Tanto la agresiva política de Reagan de llevar hasta las últimas instancias el
enfrentamiento con el “imperio del mal”, como el ejemplo “exitoso” del capi-
talismo occidental en su versión “Welfare State” contribuyeron a acelerar el
proceso de derrumbamiento en el medida en que: a) le mostraron a los gober-
nantes de la URSS que la Guerra Fría estaba perdida y había que buscar la
mejor manera de salir de ella; b) hicieron pensar (engañosamente) a muchos
dirigentes soviéticos que el capitalismo podía instalarse sin mayores proble-
mas a través de una política implementada “desde arriba”.





 Musicaliza esta página. Joaquín Sabina. "El Muro de Berlín"



Crisis y colapso de la URSS: fin de la Guerra Fría

    Si bien es cierto, el fin de la Guerra Fría fue confirmado durante la presidencia de George Bush en Estados Unidos, el proceso que condujo al fin de este conflicto estuvo liderado por Ronald Reagan y Mijaíl Gorvachov. A George Bush sólo le correspondió presenciar la estocada final de la Guerra Fría. Al principio de su mandato se derrumbó el comunísimo en Europa del este (1989) y se desintegró la Unión Soviética (1991), estos dos hechos confirmaron de forma innegable el fin de la Guerra Fría.

No obstante, el proceso que condujo al fin de la Guerra Fría tuvo como principales protagonistas a Ronald Reagan y Mijaíl Gorvachov. Como señala Henry Kissinger, ambos mandatarios estaban convencidos de la victoria del propio bando. No obstante, el primero comprendió bien las fuentes de su sociedad, mientras que Gorvachov precipitó la caída de su sistema al exigir una reforma para la cual no estaba preparado.[11]

    La Guerra Fría llegó a su fin, esencialmente, por dos causas: por una parte puede ser considerado como factor importante la presión económica ejercida por el rearme auspiciado durante el primer período de Ronald Reagan y por otra las transformaciones internas experimentadas por la Unión Soviética durante el proceso de reformas emprendidas por Mijaíl Gorvachov. No obstante, el factor fundamental, estuvo dado por los efectos concretos que provocaron las reformas aplicadas en la URSS durante la década de los `80: Éstas no lograron reactivar la alicaída economía soviética y a la vez contribuyeron a destruir el sustento político e ideológico del régimen soviético.[12]
    Ahora bien, el largo periodo de enfrentamientos sostenido entre EEUU y la URSS provocó que hacia mediados de la década de 1980, la Unión Soviética se viera enfrentada al desgaste y la asfixia suscitados por una carrera de armamentos que había consumido sus recursos económicos durante décadas.[13] Ante tal situación, el último de los líderes soviéticos, Mijael Gorvachov, emprendió un profundo programa de reformas, conocido como Perestroika (reestructuración) y Glasnost (transparencia). Pero la URSS no logró sobrevivir a los planes de reformas. La Perestroika y la Glasnost esperaban dar una respuesta a los múltiples problemas que aquejaban al sistema soviético, pero mientras más duraba el proceso de reforma, más demostraba su ineficacia.

     A partir de 1987 comienza a ser una realidad la necesidad de una reforma radical de la economía. En la reunión Plenaria del Comité Central del PCUS en junio de 1987 se adoptaron los “principios de reestructuración radical de la gestión económica”.[14] A partir de estas políticas, la planificación fue reemplazada por mecanismos de desarrollo auto sostenido, es decir, se crearon mecanismos que entregaron autonomía de gestión a las empresas soviéticas, además de un circuito de incentivos a la productividad, con ello la Perestroika trató de hacer eficiente y competitivo el grupo de empresas estatales. Desde ese momento se esperaba que las empresas se dirigieran según el principio de que la producción debe cubrir los costes, junto con el hecho de que las empresas debían financiar sus actividades sin subsidios gubernamentales. Por otra parte, uno de los primeros pasos legislativos de la Perestroika también estuvo dado por la ley sobre trabajo individual (noviembre de 1986), dirigida a estimular la iniciativa de los individuos para realizar una serie de actividades económicas ligadas al sector de pequeños servicios.[15] Como señala Rafael Aracil, se esperaba que estos cambios estimularan a las empresas soviéticas para que se volvieran competitivas y se alcanzaran así los objetivos propuestos por la Perestroika.[16]

    Desde el punto de vista político, la Perestroika contemplaba una reestructuración tendente a democratizar la Unión Soviética. Respecto de este punto, en su libro Perestroika, Gorvachov afirma:
Estamos firmemente convencidos de que solamente a través del desarrollo constante de formas democráticas intrínsecas al socialismo y a través de la expansión del autogobierno, podemos hacer progresos en la producción, la ciencia y la tecnología, la cultura y el arte y en todas las esferas sociales… la perestroika misma solo puede alcanzarse a través de la democracia… al obtener libertades democráticas, las masas trabajadoras llegan al poder… la reestructuración radical y completa también debe desarrollar el potencial total de la democracia.”[17]

    Ahora Bien, en el ámbito internacional, la postura de Gorbachov fue más allá de un mero repliegue táctico. La Perestroika contemplaba la apertura total a occidente, a través de la adopción de una nueva política exterior que buscaba el entendimiento y el fin de las tensiones. Consciente de la imposibilidad de conjugar la Guerra Fría y la solución de los graves problemas que aquejaban a la economía y la sociedad soviética, el líder soviético, proclamó en el XXVII Congreso del PCUS en 1986 lo que denominó un “nuevo pensamiento político”: el nuevo mundo se caracterizaba por la “interdependencia global”, en adelante, había que olvidarse de la lógica de la Guerra Fría y buscar la cooperación y el consenso en la dirección de las relaciones internacionales. Se trataba de buscar “una acción recíproca, constructiva y creador al mismo tiempo… para impedir la catástrofe nuclear y para que la civilización pueda sobrevivir”.[18] Del mismo modo, esta idea la expresa con claridad en su libro Perestroika (1987):

    Desde luego, seguirá habiendo distinciones. Pero, ¿debemos entablar un duelo por su causa? ¿No sería mejor pasar sobre las cosas que nos dividen, en nombre del interés de toda la humanidad, en nombre de la vida en la tierra? Hemos hecho nuestra elección, afirmado nuestra visión política, a la vez mediante declaraciones y mediante acciones y hechos específicos. La gente está cansada de tanta tensión y enfrentamiento. Prefiere buscar un mundo más seguro y confiable, un mundo en que cada quien conservará sus propias opiniones filosóficas, políticas e ideológicas, y su modo de vida.[19]
    Desde esta perspectiva, la URSS se preparaba para un gran repliegue, tanto en su competencia con los EE.UU. como en los compromisos internacionales que había ido adquiriendo a lo largo de la Guerra Fría.[20] Al constatar la realidad de la situación soviética, Gorvachov se dio cuenta de la necesidad de reducir las obligaciones en el Tercer Mundo y evitar contraer nuevos compromisos. Decidió reducir la ayuda soviética a las fuerzas marxistas en Nicaragua, Camboya, Angola y Etiopía, así como poner fin a la costosa intervención militar en Afganistán. En efecto, a fines de 1988, la URSS de Mijaíl Gorvachov se había desecho ampliamente de los conflictos que sostenía en los distintos continentes.[21]
    Gorvachov intentó superar los problemas aplicando un amplio programa de reformas conocidos como Glasnost y Perestroika. No obstante, el líder soviético no logró sus objetivos, pues como señala Henry Kissinger, mientras más duraba la Perestroika y la Glasnost, más aislado quedaba y más confianza perdía. Cada reforma resultó una medida a medias que aceleró la decadencia soviética.[22] En el intento por reformar el comunismo, y en particular su esfuerzo por instituir una democracia limitada tanto en la Europa del Este como en la Unión Soviética, permitió que los críticos del comunísimo negaran su legitimidad. Desde esta perspectiva, una vez que fue abandonado el comunismo, que era el aglutinante que mantenía unido al imperio soviético, tanto los países de Europa del Este como las repúblicas que constituían la Unión Soviética aprovecharon la oportunidad para seguir su propio camino.[23]
   Ante este panorama, la presión norteamericana viene a sumarse a todos los problemas internos de la Unión Soviética,[24] pero no es en sí la causa primaria del colapso de la URSS. En este punto debemos señalar que los objetivos declarados del gobierno de Ronald Reagan fueron utilizar la carrera de armamentos para someter la economía soviética a una presión que la llevase a la quiebra. En sus memorias Reagan afirma: “me proponía hacer saber a los soviéticos que íbamos a gastar lo que hubiera que gastar para llevarle la delantera en la carrera de armamentos”.[25] No obstante, como señala Hobsbawm, no fue la cruzada emprendida por Reagan, contra lo que él llamaba “Imperio del Mal”, la que produjo el colapso soviético, fueron los propagandistas norteamericanos los que afirmaron que su caída se había debido a una activa campaña de acoso y derribo. “Pero no hay la menor señal de que el gobierno de los Estados Unidos contemplara el hundimiento inminente de la URSS o de que estuviera preparado para ello llegado el momento. Si bien tenían la esperanza de poner en aprieto a la economía soviética, el gobierno norteamericano había sido informado, erróneamente por sus propios servicios de inteligencia de que la URSS se encontraba en buena forma y con capacidad de mantener la carrera de armamentos. A principios de los ochenta, todavía se creía que la URSS estaba librando una firme ofensiva global”.[26]

El fracaso de las reformas y el fin del bloque comunista
    El proyecto de Gorbachov implicaba la imposibilidad de mantener por la fuerza a los regímenes de las “democracias populares” tal como se habían configurado tras las sucesivas intervenciones soviéticas. La Perestroika y la Glasnost tuvieron una inmediata consecuencia en los estados satélite de la Europa del Este. La forma en que Gorbachov puso en marcha el desmoronamiento del “imperio soviético” fue simple: no hacer nada para defender los regímenes del Este europeo. Sin la intervención soviética, estos gobiernos fueron barridos con extraordinaria facilidad en el corto plazo de unos meses. En definitiva, como señala Kissinger, la actitud de Gorvachov era la renuncia explícita a la “Doctrina Brezhnev”, según la cual la URSS tenía el derecho y deber de aplacar los levantamientos e insurrecciones en la Europa del Este. Gorvachov no aplicó la doctrina Brezhnev y la liberalización demostró ser incompatible con los gobiernos comunistas.[27]
    Ya en septiembre de 1988, Gorbachov había clausurado el Comité de Enlace con los países socialistas en el PCUS, una señal de que el Kremlin abandonaba la Doctrina Breznev. En diciembre de ese mismo año anunció solemnemente en la Asamblea General de la ONU un recorte unilateral de más de medio millón de soldados, de los que la mitad se retirarían con más de cinco mil tanques de la Europa del Este.[28] La actitud de Moscú era cada vez más claramente conciliadora hacia la reforma en las “democracias populares”.
   A continuación se presenta una síntesis de las sucesivas revoluciones que sacudieron a Europa del Este, las cuales produjeron el fin de la esfera de influencia soviética. (1989)


Polonia:

    Polonia fue el país que inició el proceso revolucionario. Tras una serie de huelgas en el verano de 1988, el gobierno comunista, dirigido por el general Jaruselzski, tuvo que sentarse a negociar con el sindicato Solidaridad. Los acuerdos de abril de 1989 significaron el reconocimiento legal del sindicato y la apertura de un proceso de transición democrática. Con este hecho se producía un acuerdo histórico, ya que por primera vez desde 1946, se organizaron elecciones libres en el Este de Europa, aunque desde el punto de vista práctico la libertad sería controlada y limitada (el Sindicato Solidaridad se comprometía a conceder el 65% de las 460 actas de la Dieta al Partido Comunista, mientras que las actas del Senado serían objetos de una competencia real, pero este solo tenia el poder de rechazar las leyes votadas por la Dieta).[29] De este modo Polonia entraba en un proceso de transición cuya duración estaba prevista en 4 años, tras los cuales, la elección de las dos cámaras sería libre. En las elecciones de junio de 1989 el partido comunista fue duramente derrotado (99 de las 100 plazas del Senado fueron ocupadas por Solidaridad, la restante la ocupó un candidato independiente).[30] Frente a esta situación, el Partido Comunista propuso la constitución de un gobierno de unidad nacional con la participación de Solidaridad, cuestión rechazada por el sindicato. Al final el general Jaruzelski consideró que no tenía otra solución que permitir la formación de un gobierno, cuyo Primer Ministro sería Mazowiecki, dirigente de Solidaridad. Se formaba así el primer gobierno no comunista en Europa Oriental desde 1945. La rápida descomposición del régimen comunista, permitió que Lech Walesa (líder del movimiento obrero “Solidaridad”), fuera elegido presidente del país en 1990.

   Una muestra concreta de los cambios experimentados en la Unión Soviética fue la negativa de Gorvachov a usar tropas soviéticas para anular los resultados de las elecciones en Polonia, con ello demostraba concretamente que la doctrina Brezhnev, que había sido formulada para justificar la intervención en Checoslovaquia el año 1968, había muerto de verdad.[31]


Hungría:

   El Partido Comunista Húngaro trató de emular el programa de reformas de Gorvachov, con el mismo fin de salvar el comunismo, pero fue en vano.[32] El 11 de enero de 1989 el Parlamento Húngaro, que estaba dominado por los comunistas, legalizó la libertad de reunión y asociación para los grupos no comunistas, un mes más tarde legalizó los partidos políticos independientes. El 8 de abril Janos Kadar, que había asumido la dirección del partido comunista después de la revolución de 1956, fue expulsado del poder. El 2 de mayo Hungría se transformó en el primer país del bloque soviético en abrir la frontera con la Europa Occidental. En septiembre el gobierno comunista y los recién creados partidos de la oposición acordaron participar en elecciones libres, que se programaron para marzo de 1990, la cual permitió al partido democrático de la oposición establecer un gobierno no comunista bajo la dirección de Jozef Antall.[33] (El partido comunista, que para entonces había adoptado el nombre de Partido Socialista, sólo obtuvo el 9% de los votos)


República Democrática de Alemania

    El cambio en Hungría tuvo una enorme repercusión exterior. La decisión de las autoridades de Budapest (capital de Hungría), de abrir su frontera con Austria en septiembre de 1989 abrió una “brecha” en el telón de acero por el que decenas de miles de habitantes de la República Democrática de Alemania huyeron hacia la República Federal de Alemania, atravesando Checoslovaquia, Hungría y Austria. Al éxodo de la población se le unió pronto una oleada de manifestaciones a lo largo de toda Alemania Oriental.[34]

    El líder de la RDA, Eric Honnecker, que acababa de felicitar públicamente al embajador chino por la represión en la plaza de Tiananamen, estaba convencido de que las reformas provocarían el hundimiento del régimen.[35] A partir de aquí los acontecimientos se precipitaron, Honnecker fue sustituido por un comunista reformista, Egon Krenz, quién tomó la histórica decisión de abrir el Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 y la celebración de elecciones libres.[36] En un primer momento el nuevo líder de la RDA, intentó detener el éxodo de alemanes del Este poniendo fin a las restricciones que impedían viajar a Occidente, pero la medida sólo sirvió para fomentar la fuga de mas alemanes orientales. En vista de esta situación, el 9 de noviembre se produjo el hecho que pasará a constituirse en símbolo del “fin” de la Guerra Fría, ese día se produjo la apertura del muro de Berlín. Centenares de miles de alemanes del Este pasaron inmediatamente al Berlín Occidental.

   El rápido derrumbamiento de la RDA abrió un proceso de negociación entre las cuatro potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial y la RFA, dirigida por un canciller, Helmut Kohl, que era muy consciente de la oportunidad histórica que se le abría a Alemania. En un primer momento, los soviéticos intentaron impedir la unificación proponiendo reavivar las instituciones de ocupación alemana por las cuatro potencias vencedoras, no obstante, luego el objetivo soviético pasó a intentar evitar que una futura Alemania unificada fuese miembro de la OTAN. Antes esta situación los aliados occidentales propusieron celebrar las conversaciones de “Dos mas Cuatro”, es decir, los dos Estados Alemanes, más Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética.[37]Finalmente el 14 de julio de 1990 Gorvachov aceptó la unificación Alemana, así como su pertenencia a la OTAN. A cambio, el canciller de Alemania Occidental, Helmut Col, prometió conceder grandes empréstitos y otras formas de ayuda económica a la Unión Soviética. También accedió a limitar las fuerzas militares de Alemania reunificada a 370.000 personas y aseguró a Gorvachov que no habría armas biológicas, nucleares, ni químicas en el arsenal alemán. También se prometió aportar con 8.000 millones de dólares para el mantenimiento y la retirada de las fuerzas soviéticas de Alemania. Por su parte Gorvachov prometió retirar las fuerzas soviéticas de Alemania Oriental en un plazo de cuatro años.[38]
   Como señala Ronald Powaski, con la concreción de los acuerdos de la unificación alemana, se estaba llevando a cabo el último tratado pendiente de la Segunda Guerra Mundial en Europa. El 23 de agosto el parlamento de Alemania oriental fijó el 3 de octubre como fecha para la fusión con la República Federal. El 12 de septiembre de 1990 las cuatro potencias aliadas de la Segunda Guerra Mundial y las dos Alemanias firmaron el “Tratado sobre la Resolución Final con Respecto a Alemania”. El 1 de octubre los vencedores de la Segunda Guerra Mundial renunciaban oficialmente a sus derechos y responsabilidades sobre Alemania y Berlín. El 3 de octubre Alemania quedaba reunificada.[39]

Checoslovaquia: El 17 de noviembre de 1989, miles de jóvenes se congregaron en la principal plaza de Praga para exigir el reconocimiento de sus derechos. Dos días después, aproximadamente 200.000 personas se manifestaron en la capital para exigir elecciones libres y la dimisión de los líderes comunistas. El 24 de noviembre dimitió el Secretario General del Partido Comunista, Milos Jakes. Luego de 4 días, después de una huelga general, el gobierno permitió organizar partidos no comunistas. El 10 de diciembre un nuevo gabinete, en el cual los no comunitas eran mayoría, prestó juramento. El 29 de diciembre de 1989 se creó un gobierno provisional con Vaclav Havel como presidente. El nuevo gobierno convocó a elecciones libres para junio de 1990 y abrió la frontera con Austria. En las elecciones el partido comunista obtuvo el 14% de los votos, el democristiano el 12% y el Foro Cívico (liderado por Havel), el 47%. Este último procedió a crear un gobierno de coalición con el nuevo partido democristiano y en el nuevo gobierno no hubo cabida para ningún comunista.[40]
Bulgaria: también se vio afectada por los acontecimientos del resto de Europa del Este. El 9 de noviembre de 1989, el día en que se produjo la apertura del Muro de Berlín, el Politburó comunista de Bulgaria destituyó a Todor Zhikov, que había sido líder del Partido desde 1961. En su lugar quedó Mladenov, con mayor propensión a llevar a cabo las reformas, no obstante, después de un año el comunismo también era vencido en las urnas.[41]
Rumania: en este país la transición del comunismo a la democracia fue más sangrienta. En diciembre de 1989 las fuerzas de seguridad del estado mataron en la ciudad de Timisoara a centenares de rumanos que se manifestaron contra el intento del gobierno de desahuciar a un sacerdote disidente. La matanza provocó aun más manifestaciones. El 22 de diciembre el líder comunista rumano, Nicolae Ceausescu, intentó huir del país al darse cuenta que las unidades militares comenzaron a apoyar a los manifestantes.        No obstante, fue apresado y ejecutado sumariamente por el ejército el 25 de diciembre.[42]

   Las revoluciones de 1989 en la Europa oriental habían supuesto un acontecimiento histórico de múltiple resonancia. Por un lado, constituyeron el derrumbe de los sistemas comunistas construidos tras 1945, por otro, significaron la pérdida de la zona de influencia que la URSS había construido tras su victoria contra el nazismo. Con esto se puede apreciar que los intentos de reformar el comunismo en la Europa del Este, terminaron causando su caída y finalmente la propia desintegración de la Unión Soviética.[43] Como señala Robert Service, el desenlace fue espectacular. A principios de 1989 los comunistas gobernaban todos los países europeos al Este del Río Elba. Al acabar el año, el único Estado Comunista que quedaba al Oeste de la URSS era Albania, y Albania había sido hostil hacia la URSS desde el gobierno de Kruschov.[44]

    La Guerra Fría, el enfrentamiento que había marcado las relaciones internacionales desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, va a terminar por el derrumbe y desintegración de uno de los contendientes. El fin de la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética son dos fenómenos paralelos que cambiarán radicalmente el mundo.

    Para el historiador británico, Eric Hobsbawm, la Guerra Fría terminó antes que la Unión Soviética se desintegrara, pero el fin del conflicto se hizo evidente sólo cuando éste último había dejado de existir:
La guerra fría acabó cuando una de las superpotencias, o ambas, reconocieron lo siniestro y absurdo de la carrera de armamentos atómicos, y cuando una, o ambas, aceptaron que la otra deseaba sinceramente acabar con esa carrera… La verdadera Guerra Fría, como resulta fácil ver desde nuestra perspectiva actual, terminó con la cumbre de Washington en 1987, pero no fue posible reconocer que había acabado hasta que la URSS dejó se ser una superpotencia, o una potencia a secas… pero los engranajes de la maquinaria de guerra continuaron girando en ambos bandos. Los servicios secretos, profesionales de la paranoia, siguieron sospechando que cualquier movimiento del otro lado no era más que un astuto truco para hacer bajar la guardia al enemigo y derrotarlo mejor. El hundimiento del imperio soviético en 1989, la desintegración y disolución de la propia URSS en 1989-1991, hizo imposible pretender que nada había cambiado y, menos aun creerlo”.[45]
    Dentro de esta lógica, Henry Kissinger señala que el fin de la Guerra Fría se produjo al momento en que la Unión Soviética emprendió la transformación interna de su régimen. Este proceso se desarrolló a lo largo de todo el período liderado por Gorvachov, es decir, a partir de 1985, no obstante, la manifestación más concreta, según Kissinger, se produjo en el XXVII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1986). En esta oportunidad se abandonó por completo la teoría de la inevitable lucha de clases y se proclamó la coexistencia como un fin en sí mismo.[46] Desde la perspectiva de análisis de Henry Kissinger, este hecho venia a ratificar la teoría propuesta por Kennan en 1946, acerca de la necesidad de que Estados Unidos mostrara una actitud de contención frente a las fuerzas comunistas y frente a la URSS, hasta que ésta hubiere experimentado un cambio radical en sus estructuras internas. Teniendo presente lo anterior, se puede afirmar que la Guerra Fría termina durante los gobiernos de Ronald Reagan y Mijaíl Gorvachov, pues entre 1985 y 1989 el ambiente de tensión y crisis intermitentes, característicos de la Guerra Fría, dan paso a un tipo de relaciones internacionales basados en la búsqueda del entendimiento.
    En definitiva, fue el fracaso de las reformas de Gorbachov y las revoluciones democráticas en Europa del Este las que llevaron al colapso del bloque soviético, el cual, a su vez, también se desintegraba intestinalmente, ya que las aspiraciones separatistas de las Repúblicas se habían comenzado a manifestar a través de las demandas de “democracia” y “autodeterminación nacional”. Como señala Robert Service, en algunos casos como en los países bálticos (Estonia, Letonia, Lituania), estas demandas respondían a un compromiso con esos valores, pero en la mayor parte de las demás repúblicas, esas demandas no eran más que el intento de las elit locales del Partido Comunista por mantener el poder. Declarando la independencia esperaban aislar a sus respectivas repúblicas de la injerencia cotidiana de Moscú.[47]
   La Guerra Fría terminó antes que la URSS conociera su fin. No obstante, sólo fue evidente cuando uno de los contendientes había dejado de existir. La Guerra Fría terminó por estocadas sucesivas. Los engranajes se fueron deteniendo y lo que empezó con una retórica pacifista, continuó con anuncios concretos como el discurso de Gorvachov ante la ONU, dando a conocer la reducción unilateral de su ejército y la retirada del mismo de Europa del Este, prosiguió con una serie de gestos diplomáticos a partir de los cuales el acercamiento hacia occidente fue quedando en evidencia.[48] La sentencia de muerte de la Guerra Fría fue declarada por Gorvachov y Bush. No obstante, a este último sólo le correspondió dar la estocada final a un ente moribundo.

   El 8 diciembre de 1991 en los acuerdos de Minsk (Capital bielorusa) se decretó la muerte de uno de los contendientes de la Guerra Fría, declarando solemnemente que “Nosotros las Repúblicas de Bielorrusia, la Federación Rusa (RSFSR) y Ucrania como Estados fundadores de la URSS, firmantes del tratado de la Unión de 1922, en lo sucesivo denominadas altas partes contratantes, constatamos que la URSS como sujeto de derecho Internacional y realidad geopolítica, deja de existir”.[49] Tras el derrumbe soviético sólo quedaba en pie el enorme imperio norteamericano. Desde este punto de vista es legítimo afirmar que el ganador de esta peculiar Guerra fue EEUU.

   La Guerra Fría había terminado. En un proceso enormemente rápido la URSS y los EE.UU. pusieron fin al largo enfrentamiento que habían iniciado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien, en el proceso de finalización de la Guerra Fría, uno de los actores sucumbió y se desintegró, dejado a su oponente en calidad de única gran superpotencia. Este es el tema desarrollado por el Historiador Británico Eric Hobsbawm, en su articulo publicado en Le Monde Diplomatique “Después de Ganar la Guerra”, en el que afirma: “Efectivamente, el colapso de la Unión Soviética dejó a los Estados Unidos como el único superpoder, que ningún otro poder podía o quería desafiar”.[50] Con la desintegración de la Unión Soviética se confirmó el fin de la Guerra Fría. De este modo, el peculiar conflicto que caracterizó el desenvolvimiento de las Relaciones Internacionales durante 45 años tocaba su fin con la caída de uno de sus contendientes. El colapso de uno de sus protagonistas, dio paso a un mundo liderado indiscutiblemente por Estados Unidos, en calidad de superpotencia económica y militar.

NOTAS




[1] La síntesis histórica que se expone en este capítulo es el resultado de intensas y extensas reflexiones respecto del significado de La Guerra Fría, que la autora del presente trabajo ha desarrollado a lo largo de varios años y que ha visto su concreción en la tesis de pre-grado de: Henríquez Orrego, Ana, Propuesta didáctica para la enseñanza de la Guerra Fría: Las principales cara cterísticas del mundo bipolar configurado entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída de la Unión Soviética, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, 2005, (582 páginas). Profesores Guías: Armando Barría Slako y Nelson Vásquez Lara. En: Biblioteca del Instituto de Historia de la PUCV.[2] Acerca del origen del concepto Guerra Fría: Gil, Julio, La Guerra Fría: La OTAN frente al Pacto de Varsovia, Editorial Siglo XXI Madrid 1998: “El concepto Guerra Fría es de origen norteamericano. Lo inventó en 1947 el periodista Herbert B. Swope para su uso en un discurso del senador Barnard Baruch. Lo recogió otro periodista Walter Lipman que lo popularizó en una recopilación de sus artículos titulada La Guerra Fría. Estudio de la política exterior de los Estados Unidos. A finales de los años cuarenta la expresión había ganado carta de naturaleza y se utilizaba para designar al complejo sistema de relaciones internacionales de la posguerra, la pugna entre las dos superpotencias por la hegemonía mundial y la aparición de un abismo de hostilidad y temor entre los dos grandes bloques geopolíticos”. Página 7[3] Ver: Aracil, Rafael, El Mundo Actual, de la Segunda Guerra Mundial a nuestros días, Universitat de Barcelona, Barcelona 1998; Hobsbawn, Eric, Historia del Siglo XX, Editorial Crítica, Buenos Aires, 1998; Kissinger Henry, La Diplomacia, Fondo de Cultura Económica de México, México 2000; Pereira, Juan, Los Orígenes de la Guerra Fría, Editorial Arco, Madrid 1997. (interpretaciones tradicionales de la Guerra Fría)[4] Ver: Powaski, Ronald, La guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991, Editorial Crítica, Barcelona 2000; Fontaine, Andre, Historia de la Guerra Fría, Editorial Luis Caralt, Barcelona 1970; Fermandois, Joaquín, La Guerra Fría, Documentos Universitarios, Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso 1975. (interpretaciones no tradicionales de la Guerra Fría)[5] Hobsbawm, Eric, Ob. Cit., Página 17[6] Aracil, Rafael, Ob. Cit. Página 22[7] En Europa las primeras fricciones entre el comunismo soviético y el capitalismo occidental se manifestaron en las guerras intestinas de Grecia y Turquía (1947); otro punto álgido sobrevino a la hora de aplicarse el Plan Marshal (1947), considerado por la URSS como ofensiva del capitalismo norteamericano y finalmente con el bloqueo de Berlín (1948), emprendido por la URSS con el objeto de impedir la entrada de suministros al Berlín Occidental.[8] Estos dos años marcan la crisis y el colapso del sistema comunista liderado por la URSS.[9] Entre los conflictos más característicos de la Guerra Fría en las zonas extra-europeas se encuentran: La Guerra de Corea (1950 – 1953), la crisis de los mísiles cubanos (octubre de 1962), la Guerra de Vietnam (1945-1975) y la Guerra de Afganistán (1979-1989). Para Juan Pereira Castañeda, estos cuatro conflictos marcan el punto máximo de tensión durante la Guerra Fría. Ver: Pereira, Juan, Historia y Presente de la Guerra Fría, Editorial Istmo S.A., Madrid 1989. Página 33 y siguientes.[10] Una caracterización más extensa de la situación internacional durante el período de la Guerra Fría la encontramos en: Gil, Julio, La Guerra Fría: La OTAN frente al Pacto de Varsovia, Editorial Siglo XXI Madrid 1998: “(La Guerra Fría se caracterizó por) La estructuración de un sistema bipolar rígido, en el que no cabían las posiciones intermedias, que alineaba a dos bloques de países agrupados entorno a dos potencias imperiales, Estados Unidos y la Unión Soviética; La tensión permanente entre los dos polos, motivada por la búsqueda del equilibrio estratégico en un mundo profundamente alterado por la Segunda Guerra Mundial y sometido a continuos cambios en la posguerra; Una política de riesgos calculados destinada en un primer momento a la contención de los avances del adversario y luego a disuadirle de cualquier acto hostil, pero evitando provocar un conflicto de carácter mundial. Esta política condujo a la continua aparición de puntos calientes (Corea, Berlín, Cuba, etc.), donde los bloques midieron sus fuerzas, dispuesto a volver a las negociaciones cuando los riesgos fueran excesivos para ambos; El papel asignado a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como foro de discusión entre los bloques, último recurso ante las crisis y, a la vez, escenario de la propaganda de los adversarios”. Página 10[11] Ibidem, Página 758[12] Kissinger, Henry, Ob. Cit., Página 798[13] Hobsbawn, Eric, Ob. Cit.: “Mucho antes de que los propagandista norteamericanos explicaran, a posteriori, como los Estados Unidos se lanzaron a ganar la guerra fría arruinando a su antagonista, el régimen de Brezhnev había empezado a arruinarse él solo al emprender un programa de armamento que elevó los gastos en defensa en un promedio anual de 4 a 5% durante los 20 años posteriores a 1964. La carrera había sido absurda, aunque le proporcionó a la URSS la satisfacción de poder decir que había alcanzado la paridad con los Estados Unidos en lanzadoras de misiles en 1971, y una superioridad del 25% en 1976”. Página 250[14] Gorvachov Míjaíl, Perestroika, Editorial Emece, Buenos Aires 1987, Página 35[15] Aracil, Rafael, Ob. Cit. Página 667[16] Idem[17] Gorvachov Míjaíl, Ob. Cit., Página 34[18] Zorgbibe, Charles, Ob. Cit., Página 644[19] Gorvachov Míjaíl, Perestroika: New Trinking for Our Country and the World, Nueva York, 1987, Página 139. En: Kissinger, La Diplomacia, Fondo de Cultura Económica de México, México 2000. Página 784[20] Powaski, Ronald, La guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991, Editorial Crítica, Barcelona 2000. Página 316[21] Ibidem, Página 310[22] Kissinger, Henry, Ob. Cit., Página 798[23] Powaski, Ronald, Ob. Cit., Página 357[24] El Propio análisis de Gorvachov ilustra la magnitud de la crisis en la que se encontraba sumida la URSS a mediados de los ´80. Gorvachov, Mijaíl, Perestroika, Editorial Emece, Buenos Aires 1987: “… al analizar la situación descubrimos una desaceleración del crecimiento económico. En los últimos 15 años, la tasa de crecimiento de la renta nacional declinó en más de la mitad y para comienzo de los ochenta había caído a un nivel cercano al estancamiento económico. Un país que alguna vez se había acercado rápidamente a las naciones avanzadas del mundo comenzó a perder posiciones. Además la brecha en la eficiencia en la eficiencia de producción, calidad de los productos, desarrollo científico y tecnológico, la producción de tecnología de punta y el uso de técnicas avanzadas, comenzó a extenderse y no en favor nuestro… Tras largos años de estancamiento, la economía se hallaba al borde de la bancarrota y la sociedad soviética se encontraba inmersa en una verdadera crisis moral caracterizada por la falta de compromiso ideológico y el escepticismo general. La conducción del Partido se relajó y perdió la iniciativa de los principales procesos sociales”. Páginas 17 y 18[25] Ronald Reagan, An American Life, 1990, p. 267. En: Powaski, Ronald, Ob. Cit., Página 287[26] Hobsbawm, Eric, Ob. Cit., página 252[27] Kissinger, Henry, Ob. Cit., Página 791[28] Zorgbibe, Charles, Ob. Cit., Página 646[29] Ibidem, página 648[30] Idem[31] Powaski, Ronald, Ob. Cit., página 327[32] Idem[33] Ibidem, Página 329[34] Ibidem, Página 328[35] Zorgbibe, Charles, Ob. Cit., Página 652[36] Idem[37] Zorgbibe, Charles, Ob. Cit., Página 660[38] Powaski, Ronald, Ob. Cit., Página 338[39] Idem[40] Zorgbibe, Charles Ob. Cit., Página 653[41] Powaski, Ronald, Ob. Cit., Página 329[42] Ibidem, Página 330[43] Powaski, Ronald, Ob. Cit., Página 327[44] Service, Robert, Historia de Rusia en el Siglo XX, Editorial Crítica, Barcelona 2000. Página 447[45] Hobsbawm, Eric, Ob. Cit., Página 255[46] Kissinger, Henry, Ob Cit., Página 784 y 798[47] Service, Robert, Ob. Cit., Página 453[48] Zorgbibe, Charles, Ob. Cit., Página 646[49] Acuerdo de Minsk entre Rusia, Bielorrusia y Ucrania sobre la creación de la C.E.I. (En:www.historiasiglo20.org/acuerdosmisnk )[50] Eric Hobsbawm en su articulo “Después de la Guerra”, publicado en la revista Lemonde Diplomatique presenta un interesante ensayo respecto de las proyecciones de Estados Unidos después de la Guerra Fría, destacando su nuevo rol de única superpotencia económica y militar
Extraído  de Henríquez, Orrego, Ana, Propuesta Didáctica para la enseñanza de la Guerra Fría, PUCV, Viña del Mar, 2005.



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